Muchos
han visto el final de la Guerra de Sucesión con el Tratado de Utrecht y el desmembramiento
de los territorios bajo soberanía española como el inicio de la decadencia del
poder español. Aunque las reformas de la nueva dinastía Borbón supusieron
mejoras y modernización en muchos sentidos, la reputación de ejército y la
marina dejaba mucho que desear. Un observador inglés escribía a comienzos del
siglo XVIII “Aunque España ha hecho algún
avance al comienzo del siglo, las tropas españolas siguen desanimadas,
ahogadas, pobres, no pagadas, desnudas, sin oficialidad, un paquete
indisciplinado de miserias”.
Felipe
V comenzó las reformas en el ejército reorganizándolo, modernizándolo y
aumentando sus efectivos gracias a Patiño (verdadero transformador del
ejército). Con esta herramienta emprendió una serie de campañas y expediciones
limitadas conforme a las posibilidades económicas de la Hacienda Real (Cerdeña,
Sicilia, Orán, etc.).
Los
efectivos disponibles para la defensa de tan vastos territorios eran
proporcionalmente reducidos y la unidad básica de infantería era el “Tercio”,
que se encontraba claramente desfasado para las técnicas y agrupaciones de la
época. El Ejército francés pasó a ser el espejo en el que se basan la reformas de
las fuerzas españolas. En 1704 comenzó la transformación
de los antiguos tercios españoles
(infantería y caballería) en nuevas unidades denominadas regimientos. De esta forma la unidad básica pasaba de 3.000 a 600
hombres y en su denominación desaparecía el nombre de su comandante por la
denominación geográfica de su procedencia, a pesar de lo cual pervivieron
muchas tradiciones el ejército de los Habsburgo.
Paralelamente
al resto de Europa se inició una progresiva
profesionalización del ejército, tanto en tropa, como sobre todo en mandos.
Comenzó así la formación académico/militar de la oficialidad, cuya procedencia
deja de ser un monopolio de la aristocracia.
Carlos
III pretendía situar a España entre las principales potencias europeas, para lograrlo
una de las reformas que primero emprendió fueron las de la armada y el
ejército. Esta necesidad se hizo evidente tras la participación de España en la
Guerra de los Siete Años (1756-1763) en la que el ejército demostró una patente
falta de preparación.
El
monarca prestó gran atención a los asuntos militares. A pesar de las importantes
transformaciones comenzadas con su abuelo, la realidad imponía la ampliación y continuación
de estas.
Carlos
III dejó un poco de lado el modelo francés y se fijó en el modelo prusiano, para lo cual comisionó varios oficiales
para que visitasen las principales academias prusianas. Con estos datos renovó
el sistema de enseñanza militar.
En 1764, las escuelas de artillería de
Cádiz y de Barcelona se unificaron y se establecieron en Segovia.
Paralelamente, se dotó a este cuerpo con
cañones pesados y con este fin se crearon fundiciones en Liérganes y La
Cavada, Sevilla y Barcelona y
se recurrieron a expertos fundidores extranjeros.
También fundó la Academia
Militar de Ávila para reformar la caballería, infantería e
ingenieros. La Academia de infantería de Ávila pasó a Puerto de Santa María
posteriormente, la de caballería se instaló en Ocaña y la de artillería en
Segovia.
La infantería adoptó la táctica de línea con tres en fondo, lo que permitía gran potencia de fuego, pero
requería gran disciplina de movimientos. También se desarrolló una infantería
ligera que luchaba a modo de guerrilla como estaba de moda en Europa en ese
tiempo.
La caballería fue entrenada para cargas
masivas coordinadas, aunque no se abandonó la antigua fuerza de
dragones que actuaba más individualmente.
También se trató de abordar otro de los problemas
crónicos del ejército español: los abastecimientos o logística en todas sus
facetas: alimentos, pólvora, balas, uniformes, botas… Por decreto 4 de octubre de 1766 se adjudicaron pagas a los soldados. También se les adjudicó uniforme ya que en algunos casos el soldado tenía
que comprar su propia comida y parte de su equipo. Paralelamente se trató de normalizar
y racionalizar los suministros y de controlar la labor de los intendentes.
Aumentó
y reorganizó las milicias provinciales. Una ordenanza de 1766
mandó reclutar milicias en
las principales poblaciones de España. El número de soldados de la milicia se
distribuía en función del vecindario de cada pueblo de la provincia. Los
requisitos de ingreso eran semejantes a los que exigía el ejército. Las
milicias permanecían normalmente en la provincia de origen de los reclutas. Los
milicianos tenían un fuero especial, semejante al militar. Y desde un cuerpo de
milicias se podía pasar al ejército regular.
Modificó el sistema de recluta introduciendo el sistema de quintas. Hasta el momento el ejercito cubría sus necesidades de reemplazos de varias formas. Voluntariamente mediante el enganche o recluta con el que su cubrían parcialmente las necesidades de hombres que no se alcanzaban de forma convencional e incluían extranjeros (p.e. regimientos valones o italianos). Forzosamente mediante las levas forzosas, a las que se recurría de forma eventual en períodos de guerra y mayor necesidad de hombres. Fueron famosas las "levas forzosas de vagos y
malentretenidos", suponían la inclusión
de criminales, mendigos y vagos. Este colectivo hacía muy difícil la disciplina militar y pronto se abandonó. También obligatorio era el sistema de quintas. En 13 de diciembre de 1770 se
implantó el sistema de quintas anuales, modificando el sistema de reemplazos en
el ejército o realización de quintas cuando parecía conveniente. Carlos III
había constatado que los regimientos no podían cubrir sus bajas con la recluta
ordinaria y por ello dio la Real Orden de 13 de noviembre de 1770 imponiendo un
sistema de quintas para mozos de 17 a 36 años por sorteo en quintas. Los
afectados por el sorteo no podrían ser sustituidos, pero debían poseer las
mismas condiciones físicas que se exigían a los reclutas ordinarios aunque eximían a muchos colectivos. Esta Real
Orden estuvo vigente hasta 1800.
Pero la principal aportación de Carlos III fueron Las Ordenanzas militares de 1768. En 1768 se aprobaron las Ordenanzas de S.M. para el Régimen, Disciplina,
Subordinación y Servicio de sus Ejércitos de 22 de octubre de 1768. Carlos III realizó unas nuevas y exhaustivas Reales Ordenanzas para el ejército que era un compendio que regulaba prácticamente todos los aspectos necesarios para el funcionamiento del ejército, y que estuvieron formalmente vigentes hasta la reforma de 1978, las más longevas.
Se organizaba el ejército en
regimientos y se establecía su régimen económico.
Se fijaban los deberes y
competencias de cada escalafón militar, lo cual era la primera vez que se
hacía, y pareció una afrenta a los nobles, sobre todo porque fijaba los
ascensos sin tener en cuenta la posición social ni la antigüedad en el ejército,
sino la idoneidad para el cargo.
Se fijaban los honores
militares debidos a las autoridades del Estado y del ejército.
En infantería y caballería se
incorporaron tácticas prusianas de formación militar, manejo de arma y
evoluciones de la infantería, y se cambió del tradicional orden de combate
profundo francés, al orden abierto prusiano.
Se fijaban los trabajos de
guarnición en tiempos de paz.
Se fijaban los servicios en
tiempos de campaña militar.
Se organizaba la justicia
militar.
El soldado debía permanecer 7
años si servía en infantería, u 8 en caballería, y eran equivalentes a 10 los
años de servicio en milicias de cara a los cambios de destino entre ellos.
En resumen, Carlos III puso las bases de un ejército permanente, nutrido principalmente, por un servicio militar obligatorio de quintas y modernizado en material, técnicas y formación.
En resumen, Carlos III puso las bases de un ejército permanente, nutrido principalmente, por un servicio militar obligatorio de quintas y modernizado en material, técnicas y formación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario