PASIÓN POR EL CHOCOLATE EN EL MADRID DE LAS LUCES
Como decía
Jovellanos, el siglo XVIII español fue un siglo sembrado de «semillas de luz»,
que con el correr del tiempo darían «frutos de ilustración y de verdad». «El glorioso
empeño de ilustrar la nación para hacerla dichosa», en expresión también de
Jovellanos, se manifestó a lo largo del siglo de mil modos y maneras, y no fue
el menor empeño lograr que los españoles tuvieran una mejor alimentación.
El progreso
general ofreció a la mayoría una mesa más abundante, más variada y de más
calidad.
Característico
de la época fue el triunfo de productos antes exóticos como el tomate, el chocolate y el café, que se hicieron cotidianos, en tanto que otros
comenzaron entonces a introducirse con dificultades, como la patata como ya hemos visto antes.
El chocolate fue la primera bebida estimulante no-alcohólica
que llegó a España y a diferencia de otros productos alimenticios americanos,
fue aceptado rápidamente.
Con la llegada al trono español de la casa de los Borbones
los monarcas se aficionaron rápidamente a esta bebida.
Previamente, el cacao había llegado a España con
Hernán Cortés, quien la introdujo en la corte. Este chocolate en su preparación
original tuvo una aceptación relativa.
Pero será la mezcla de cacao con azúcar, canela y
vainilla cuando el chocolate alcance su forma más aceptada. Su uso se
popularizó entre todas la clases sociales.
Llegados a este punto, como el suministro de cacao
era muy irregular, Felipe V decidió dar un impulso a su comercialización
creando una compañía comercial (La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas) que garantizara su suministro. De esta
forma se multiplicaron los puestos de chocolate en la calles de Madrid. Según un manuscrito del Archivo Histórico Nacional en los últimos años de ese siglo se había “introducido de tal manera el chocolate y su golosina, que apenas se hallará calle donde no haya uno, dos y tres puestos donde se labra y vende; y a más de esto no hay confitería, ni tienda de la calle de Postas, y de la calle Mayor y otras, donde no se venda, y solo falta lo haya también en las de aceite y vinagre”. Aunque
donde se disparó el consumo fue en la corte. Ya en tiempos de Carlos III, llegó
a demandar 12 millones de libras de chocolate al año. Aunque esta
popularización llegó a tener un efecto negativo en la incipiente industria
chocolatera española, pues las costumbres del momento llevaban a moler y
preparar el chocolate en casa, costumbre que limitó el despegue de este sector.
¿Pero que sabemos de Carlos III y el chocolate?. Es
conocida la austeridad y rigidez o rutina en las costumbres de monarca al que
solo se le conocían dos pasiones: la caza y el chocolate. Frugal en la comida,
tenía verdadera pasión por el chocolate, no en vano era su desayuno preferido,
todas la mañanas almorzaba una jícara antes de comenzar a trabajar, siempre en la misma taza y solicitaba
que se empleara en su repostería. Apreciado por el monarca,y según su biógrafo "cuando había acabado la espuma entraba en puntillas con la chocolatera un repostero, y como si viniera a hacer algún contrabando, le llenaba de nuevo la jícara". En la corte se
convirtió en “producto estrella” de desayunos y meriendas dándoles una nueva dimensión social. Su apreciación hizo
del chocolate el regalo ideal entre las clases altas e incluso como regalos de
estado.
Una curiosidad: La difusión del chocolate por Europa
hizo que surgieran diferencias nacionales. En Francia el cacao se mezcló con azúcar
y leche. Se tomaba batido y espumoso y preferentemente frío, mientras que en
España se prefería la forma americana de preparar el chocolate con canela y
vainilla, espeso y muy caliente. De esta diferencia nació en el siglo XVIII el
dicho “las cosas claras y el chocolate espeso”.
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